martes, 19 de diciembre de 2006

El cerebro *****

Le he tenido que golpear en la cabeza varias veces y con todas mis fuerzas. Me he puesto perdido de sangre. Ha sido algo muy sucio. La masa encefálica es tan desagradable. Somos tan feos por dentro. Parece mentira que nuestras vísceras sirvan para algo. Pensar que estas masas de carne (o lo que sea) sean capaces de darnos impulsos eléctricos que nos hagan tener sentimientos, o aún más lejos, que nos den la conciencia.
Todo esto me hace pensar, y mucho. Cuando morimos de una manera violenta, cuando la edad aún no ha degenerado las vísceras y estas son aún jugosas ¿se acaba de golpe nuestra conciencia? No me puedo creer que con un golpe de martillo en el cráneo pasemos de ser dioses en nosotros mismos (como dijo el filósofo) a ser un montón de desecho de materia orgánica que sirve de alimento a bacterias, o como mucho para la investigación médica.
Realmente no somos mucho. Este pobre infeliz que tengo a los pies seguro que tenía una vida, quizá hasta mujer e hijos y planes para ellos. Y así, de pronto, en un lugar oscuro de un aparcamiento, se acerca un desconocido hijo de puta con un martillo y de varios golpes en la cabeza le lleva a formar parte de la historia. Ya no es nada. Como mucho quedará unos años en el recuerdo de un par de docenas de personas. Diez o doce artículos en las páginas de sucesos de un periódico. Y esto porque le hice el favor de asesinarle, porque de no ser así ni siquiera iba a tener estos últimos. Imagínate si hubiera muerto en un accidente de circulación media hora más tarde. ¡Vaya fin mísero! Una muerte más.
Seguro que en su maletín tiene papeles importantes para la empresa en la que trabajaba, proyectos que se han quedado a medias. Probablemente las ideas brillantes para aumentar las ventas se encuentren en el trozo de masa encefálica que se escurre por su gabardina. Todavía no me puedo creer que en el interior de ese pedazo asqueroso de seso y sangre puedan caber ideas o sentimientos. El cerebro humano es algo tan fascinante. A veces hago la inevitable comparación con el disco duro de un ordenador. Porque tiene que ser así, una especie de disco duro muy evolucionado. La versión Diez mil punto uno que la Naturaleza ha desarrollado para almacenar información. Un disco duro jugoso y que se autodestruye en unas semanas. Pero si es así, hay algo en lo que la Naturaleza no ha pensado. El copiar y pegar. ¡Qué cosa más práctica! Sin estas funciones la información que tenemos en la cabeza no se puede volcar a ningún sitio. Nuestra experiencia solo se puede transferir por los primitivos medios que poseemos: hablando, escribiendo, dibujando… Y sobre todo siempre sujeto a la subjetividad. Nadie sabe realmente lo que tenemos ahí dentro, solo lo que queremos que sepan.
Evidentemente esto es una ventaja para psicópatas como yo. Nunca sabrá nadie por qué asesino.
J.L. Revidiego

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