viernes, 1 de diciembre de 2006

Estaremos ****

Iremos de todos los rincones del mundo; en silencio, sin hablar, sin hacer ningún ruido, como en alguna cita mesiánica, como en aquella película de ciencia ficción en blanco y negro que vimos en el Lumiere. El lugar será cualquiera; quizá el puerto del Pireo, un parque de Ámsterdam, o alguna soleada plaza italiana. Nos sentaremos en el suelo, mirando todos hacia el mismo norte, como en un concierto de los Sesenta, como hacen las religiones; en silencio, mudos, moviéndonos con la seguridad de que ya nos hemos equivocado bastante. Llegaremos en tren, andando, en motos destartaladas, o en coches lujosos, pero los vehículos se aparcarán lejos para no hacer ruido, para que la gravilla que humillamos sea nuestra única música. Vendremos en grupos, o en parejas, la mayoría solos, con una bolsa tan pequeña que quepa nuestro completo equipaje para toda la vida. Poco a poco llegará el momento en el que algunos desperezaremos para observarnos, con alguna sonrisa, con algún guiño; pero sin abrir la boca, en callada quietud.
No nos harán falta las palabras porque en cierto modo somos todos la misma ansiedad, los mismos miedos, la misma incomprensión, las mismas inseguridades y frustraciones, el mismo ¿por qué yo?
Me levanto para hacer un recuento. No más de dos mil, te digo. “¿Ves?, no somos tantos. Y me vuelvo a callar, esperando el gran momento. Y tras media hora de que se haya sentado el último de nosotros, como en una de esas indicaciones que la Madre Naturaleza da al unísono a las aves o a las flores, haré sonar la guitarra para que cantes. Cantaremos a dos voces. Y aquel amigo o amiga que todos hemos perdido nos regalará un solo de saxo dorado por las últimas luces del día.
El recuerdo de aquella jornada tiene que ser suficiente para hacernos sobrevivir el resto de nuestras vidas.
Como dijo el actor, la felicidad está sobrevalorada.

Ricardo Bilbao para diálogos4

1 comentario:

Pedrogarcea dijo...
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