martes, 19 de diciembre de 2006

En búsqueda de la felicidad 3ª parte ***


Intento conocerme a mí mismo. Y creo que lo voy logrando, poco a poco, con menos gloria que pena, pero estoy en ello y sé que ando por buen camino.
Uno de los sorprendentes descubrimientos que he realizado en mi personalidad consiste en que mi estado de ánimo diario depende completamente del talante de la primera conversación que yo mantenga por la mañana. Es decir, que cuando salgo de mi casa para ir al trabajo y me entretengo con la criticona vecina del segundo, entonces sé que pasaré el resto del día vituperando con saña a todos y cada uno de mis compañeros de la oficina. Por el contrario, si me encuentro con la ancianita del primero, y hablamos de cómo el verano ha adelantado sus calores, la jornada transcurrirá plácidamente, aunque, eso sí, algo aburrida.
Ante este maravilloso hallazgo supe que tenía en mis manos muchas posibilidades para acercarme a la Felicidad, bastaba encontrar a un interlocutor perfecto, mantener con él mi primera conversación, y así podría enfrentarme a la rutina diaria con la mejor de las actitudes.
Lo conseguí y di con un vendedor de periódicos de la calle Evaristo Fósil.
Yo salía cada mañana esquivando a conocidos y extraños, bajaba del autobús y me desviaba de mi itinerario al trabajo para andar cuatrocientos metros.
-Hola, Joaquín.
-Buenos días, don Pedro. ¿Cómo se ha levantado hoy? ¡Bien!, ¿verdad? ¡Con dos cojones, don Pedro! –me dice sonriendo-, esta vida hay que llevarla con dos cojones, ¡y que nadie te pise, eh! A reírte del mundo y que venga pronto el fin de mes…
-Eres un fenómeno, Joaquín –le digo mientras pago el periódico añadiendo un golpecito en su hombro.
Con eso me valía. Esa inyección matutina de vigor y optimismo me mantenía hasta el día siguiente a la misma hora.
Ni que decir tiene que incluso los fines de semana y fiestas de guardar tomaba en silencio el metro, dos autobuses y recorría tres manzanas a pie para comprar el diario en el kiosco de Joaquín.
Bueno, pues todo iba de maravilla durante casi un año, todo era perfecto hasta que el otro día Joaquín no fue el de siempre: a su mujer la han operado de un pecho. “Esta vida es una mierda, don Pedro. Me cago en la leche, no nos damos cuenta de nada hasta que…”
Me he pasado casi un mes buscando una nueva primera conversación diaria. He vuelto a recorrer el barrio y me he decidido por Maribel, la pescadera, una mujer lozana con una enorme energía y una sonora carcajada. Hasta ahora todo parece que va bien, salvo un pequeño problema; y es que mi jefe no nos instala el aire acondicionado en la oficina, y el medio kilo de boquerones que compro todas las mañanas deja un olor muy desagradable en mi despacho hasta que me lo llevo a casa.
Desde ayer, después de comprarlo lo arrojo en el contenedor: el pescado nunca me hizo mucha gracia… Y es que me da no sé qué hablar con la pescadera sin comprarle nada: qué pensaría su marido de mí.


Ricardo Bilbao

No hay comentarios: