La Migración ***

A mi casa solía venir el Príncipe, también directores de cine, periodistas, músicos, mujeres bellísimas, bohemios y calaveras (aunque a estos procuraba no abrirles la puerta cuando estaba el Príncipe); también vino una vez una ministra de cultura, otra vez el embajador de Chile, y otra dos futbolistas del Atlético de Madrid. Hoy nadie viene a mi casa, no he recibido una visita desde hace dos años. Pero es por la simple razón de que nadie sabe donde vivo y no es porque haya regañado con alguien. Emigré de Madrid, como lo hacen del frío los mismos estorninos que llevan volando hacia el Sur desde esta mañana temprano. Jamás pensé que habría tanto pájaro. Vuelan en manadas de cientos en cientos, sin el orden marcial de otras aves. Parecen infinitos, como si fuera un engaño y dieran la vuelta tras las montañas para ser siempre los mismos volando en círculo.
Mentí cuando dije que a mi casa no viene nadie. Andrés el pastor lo hace cada jueves, cuando a sus ovejas les toca subir a los pastos que rodean mi casa. Andrés entra en casa sin llamar, se queja de sus rodillas y enciende un cigarro junto a la chimenea. Apenas dice nada más. Me gusta su discrección y su sabio silencio, con personas así cualquiera sería capaz de encontrar la amistad eterna. Hoy me ha hablado algo más, me ha preguntado que si estoy preparado para el invierno, que si tengo suficiente leña y comida para cuando lleguen las nieves. También me ha dado un consejo, que si necesito bajar al pueblo que no lo haga por las rocas porque allí la nieve tapa muchos barrancos. Me ha quedado claro que si quiero algo que baje por el camino aunque eso implique tres hora más de camino. Luego le he preguntado sobre en éxodo de los estorninos, que si se había fijado en la candidad de ellos que podían llegar a existir. Me ha dicho que sí, que ciertamente eran muchos y todavía los vería pasar dos o tres días más. He sonreído: me distrae una barbaridad ver pasar estorninos.

Extraído de Escarpias de primavera de Alberto Novio para Diálogos4