martes, 19 de diciembre de 2006

Por muy poco ****


Había dos pino casi gemelos, el resto de la vegetación era de monte bajo: brezos, jaras y alguna retama. Allí estaba la casa, al final de lo que parecía un camino, solitaria, abandonada, vieja; haciendo del paraje una especie de maldición.
Comencé a sospechar cuando Frank Sinatra apareció tras de mí como si llevara allí todo el tiempo que yo había andado (y que en aquel momento no podía precisar cuánto era) Lo miré de arriba abajo para cerciorarme: Sí, no quedaba duda alguna, era él. Vestía un pantalón gris y un polo blanco. Intenté razonar en todos los sentidos lo que me estaba ocurriendo, pero solo había dos hipótesis: la primera es que aquello era un sueño, la segunda es que yo había muerto y me había reunido con Sinatra en el Más Allá; esto último explicaría aquello de las luces brillantes.
Me sentía bien, no me daba miedo la situación. Me dispuse a comunicar con Sinatra, quizá era él el encargado de darme la bienvenida al reino de Hades.
-Sr. Sinatra, me encantó su interpretación en El mensajero del miedo.
-Gracias, muchacho –me contestó él en perfecto francés.
No hablamos más. Yo no podía perder más el tiempo y retomé mi dirección hacia la casa de los pinos.
Fue un camino lo que ahora estaba invadido de matojos que ahora me destrozaban los pies. Opté por ponerme los zapatos que llevaba anudados uno al otro y colgados en mi cuello. La vereda se hacía cada vez más pina y aproveché un repecho para descansar sentándome sobre un mojón. Frank lo hizo en otro contiguo al mío. Distraje mi descanso leyendo las inscripciones de mi asiento de piedra: “N-I Km 232” . Esto me ayudó bastante en mi situación: me encontraba a pocos kilómetros de Burgos. Miré en el que se había sentado Sinatra: “N-V Km 210” . La cosa estaba clara: él se encontraba entre Cáceres y Navalmoral de la Mata. Me sentí mejor con el descanso y decidí continuar, le hice un gesto con la cabeza a Frank y él asintió mientras encendía un cigarrillo.
Media hora más tarde pasábamos entre los dos pinos y en otra media nos encontrábamos frente a la puerta de madera bastante bien conservada. Miré a Frank, que no me dijo nada, ni siquiera hizo un gesto que me diera una pista sobre lo que yo debería hacer, o no hacer. Puse la mano en el picaporte pero no fuerza en ella y volví a mirar a Sinatra. No ocurrió absolutamente nada. Respiré profundamente y en el último instante tomé la decisión de no abrir la puerta. Quité la mano del picaporte como si me la hubiera quemado y di la espalda a la casa. Frank encendía otro cigarrillo. Yo, en un arrebato de seguridad, se lo quité de los labios y lo llevé a los míos.
Ahora el camino era cuesta abajo y los dos anduvimos ligeros. Yo me encontraba bien, por primera vez en mucho tiempo supe, con toda la certeza, que había tomado la decisión correcta. Sonreí, eché una mano por encima del hombro de Frank y los dos desanduvimos el camino silbando canciones de Miguel Bosé.

Joaquín Vilariño (Vigo)

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